domingo, 12 de febrero de 2012

Cristina Villanueva: Breves


Una charla con Heráclito

Suena el aire, mece el sonido, cuna, cura.
La noche es un lecho de sueños revueltos que giran transparentes. Por cada velo caído, asoman infinitas ventanas, aparecen y se desvanecen los deseos. A nadar la noche, los pájaros con ruidos brillantes invitan a tirarse en ese oscuro tiempo del río que nos moja tantas veces el mismo. La piel mueve los sueños.


Rayo de sol

Los árboles se vuelcan en un río verde, ella nada en el follaje líquido, mientras una fibra de oro le adorna de alegría el pecho, cómo no sabe si mañana habrá otra, la recibe, se esconde en su tibieza. Ese antiguo juego con el que se aprende a perder y a recuperar. Irse y reaparecer como el día, como la vida.
Siempre lo nuevo como una joya resplandeciente y temerosa. La lluvia dejó sembrada la vereda de pequeñas flores lilas, por primera vez le ganan a la invitación al consumo.
Tapiz enhebrado, palpitante dorado dando saltos en su interior hasta salir como una fiesta de palabras.


Acaso

Un tajo en la sombra
La hendidura
abre un posible cielo.
La herida irregular bordea de espera celeste la navaja.



¿A quién le pregunto?

A veces me parece que anduve por la vida con una memoria vaporosa, una gasa para la red de cazarepifanías. Buscando trocitos de sol oliendo a sol, o besando la roja ebullición de la Santa Rita en el cielo de mi patio. Mirando o imaginando que veía al quetzal tan buscado entre lo àrboles altos del parque nacional. Mojada la memoria en la lluvia que borda un encaje para la hoja verde. Él se acordaría del resto, la precisión de las fechas y los itinerarios... Ahora no puedo olvidar la llave salvo que quiera dormir a la intemperie. ¿Y si la intemperie fuera esto: no poder compartir los recuerdos?


Alimento necesario (*)

La torta de queso centroeuropea que vendían en un almacén en la calle Uriburu. Dos finísimas capas de masa y un relleno suave, alto, orgulloso, erguido. Leche que se volvía sólida. Era como morder la vida, reternerla en la boca. Cuando acababa el trabajo tumultuoso del parto, Norberto iba a buscarla. Antojo apenas perfumado. En la ceremonia de ofrecerme como alimento, ella me construía. Necesitaba su consistente resguardo. Ni recargado ni empalagoso, ni la mezcla de muchos sabores, ni sobreactuado, ni lujo. Soberbia simplicidad. Si se tratara de literatura, una sintesis que resalta lo verdadero. En mi boca, con la pequeña boca prendida a mi. Bien metidas las dos y él que la proveía, en la boca de la vida. Con el dolor y la alegría de un pueblo exliado atravesando tierras con sus recetas, hasta llegarme. La estaba esperando, la elegí. La torta de ricotta italiana de mi familia era la que quizas me estuviera destinada, más dulce, más conversadora, con la luz opulenta, sin ambiguedades, del paisaje de Sicilia. La otra, de dulzura parca,`parecía contener la palabra y el silencio. Materia vital que abrillantaba la lengua y, por lo que guardaba sin decir, al lenguaje.

(*) Texto leído por la autora en el encuentro "Quesos y Textos" realizado en "El Jardín de Uriarte" el 11/01/12.

Cristina Villanueva

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