domingo, 26 de febrero de 2012

Mario Wainfeld: El dolor y los deberes


Imagen: DyN


Las víctimas y la identificación de los ciudadanos. Los derechos de los pasajeros ciudadanos, mal atendidos. La querella oficial, un paso en falso. La necesidad de una respuesta política. El sistema ferroviario, su destrucción, la necesidad de repararlo. Los debates que van más allá de TBA, los desafíos para el Gobierno.


Por Mario Wainfeld


Las víctimas directas de la tragedia del miércoles pasado son o eran personas de trabajo, de clases populares o medias. La mayoría de los usuarios del tren en esos horarios no viven al lado de su estación ni trabajan cerca de Plaza Once. Deben pues, diariamente, tomar dos o tres medios de transporte. Muchas horas de su vida transcurren ahí, tienen derecho a una prestación digna y, más vale, a llegar a su destino indemnes y sin malos tratos.


Personas del común, trabajadores que añaden al esfuerzo cotidiano el de movilizarse. La identificación de los demás ciudadanos, conmovidos y solidarios, es clavada. Un par de corolarios, evidentes y válidos, se tornan sentido común: “Eso pudo ocurrirme a mí o a mi familia” y “no fue un hecho azaroso sino la consecuencia de un sistema que debe cambiar”. Ninguna pericia judicial, arriesga el cronista, podrá alterar esas convicciones, que no se dejan dividir por la díada “oficialismo-oposición”. Los llamados de oyentes a las radios, los blogs más afines al Gobierno (hay post recomendables en Artepolítica, en La Barbarie, en Mendieta el renegau) expresan la disconformidad con el presente y el reclamo a futuro.


La tragedia evoca, con sus variantes que incluyen el lugar en que se produjeron, a la de Cromañón. Claro que, en ese caso, confluyeron responsabilidades de los músicos y del particular que arrojó la bengala. En éste, los pasajeros no influyeron para nada en el desenlace. Las responsabilidades que deben investigarse son las de la empresa TBA, el Gobierno y el motorman. Las primeras medidas solicitadas por el fiscal Federico Delgado no se circunscriben sólo a la dinámica del choque sino también a cuestiones de contexto como el estado del material rodante, las inversiones realizadas, los protocolos de seguridad utilizados. Adelantar algo en ese sentido es temerario y superfluo. La causa penal lo dirimirá y es esencial que se tramite con la mayor celeridad y credibilidad.


Pero hay un trasfondo político, responsabilidades de gestión del concesionario y del concedente, que debe abordarse de modo acuciante sin esperar a los largos plazos de los expedientes.


El ministro Julio De Vido anunció que el Estado se presentará como particular querellante para cobijar el interés de las víctimas y que se esperará a la Justicia para tomar decisiones administrativas. La información disponible al cierre de esta nota es que el Gobierno no aplicará (no se restringirá a) tal criterio, que el cronista juzga erróneo. La intervención a TBA y la caída de la concesión están en el menú de decisiones que se estudian en la Casa Rosada. A los ojos del cronista, revocar la concesión es un primer paso, tan imprescindible como insuficiente.


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El estado querellante: La querella estatal está guiada, explican en el Gobierno, por el afán de ponerse del lado de los damnificados. El loable objetivo se cumplió acabadamente con los sobrios anuncios de los ministros Alicia Kirchner y Juan Manzur de prestar atención médico psicológica y contención a familiares de víctimas fatales y a sobrevivientes. La querella, en cambio, es un paso en falso por dos motivos básicos: agrega una quinta rueda al de por sí lento carro de “la Justicia” y hace caso omiso de que el Estado debe ser investigado. Por otra parte, el interés general está representado por el Ministerio Público (la Fiscalía). Y el estado no es una ONG que puede entrar a un expediente en el que todo debe ser puesto bajo la lupa. El juez federal Claudio Bonadío debería desestimar el planteo, lo que no resentiría en nada los derechos de los damnificados.


Las carencias de TBA, que para muchos son flagrantes, pueden implicar responsabilidades de funcionarios, nadie debe interferir en esa procura. Por cierto, la culpa penal es una mira muy estrecha: requiere comisión de delitos, usualmente dolosos. La responsabilidad de gestión es mucho más vasta, debe juzgarse de modo veloz y no rige para ella la presunción de inocencia.


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El maquinista y la empresa: El maquinista Marcos Antonio Córdoba (que cargará de por vida la terrible imagen de lo sucedido con el consiguiente trauma en cualquier caso, aunque sea plenamente inocente) declaró que los frenos no funcionaban bien. Que había avisado a sus superiores y se le ordenó seguir. Otros testimonios de empleados ferroviarios, extrajudiciales por ahora, hablan de insuficiencias endémicas en los frenos y específicas en esa formación. Muchos especialistas, relevados en este diario entre otros, concuerdan en que el material rodante es obsoleto, lo que pudo no incidir en el choque mismo pero sí en la magnitud de sus consecuencias.


Las versiones oficiosas sobre los hechos difieren mucho, seguramente tanto como sus propaladores. Algunas atribuyen a Córdoba haber mandado mensajes de texto segundos antes de la catástrofe. La culpa exclusiva del maquinista es una tabla de salvación deseada por los empresarios. La discusión, propone este escriba, debería ir más allá y aún más atrás.


Puesto a modo de slogan y sin negar la terrible gravedad del accidente y la necesidad de dar con sus culpables: es válido cuestionar si TBA prestaba un servicio acorde con sus deberes el martes pasado, horas antes de la tragedia. Esa pregunta ya fue respondida por usuarios, organismos de control, sindicalistas del sector, académicos interesados en la materia (de posiciones políticas muy variadas y prestigio elevado): TBA ha incumplido aspectos básicos de la prestación a su cargo. El estrago no fue un hecho imponderable sino una consecuencia posible de largas desidias e irresponsabilidades.


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Dos secretarios en cuestión: Ricardo Jaime, secretario de Transporte durante todo el mandato del ex presidente Néstor Kirchner y parte del primero de Cristina Kirchner, fue un funcionario sospechoso, que está asediado por causas judiciales. Legalmente es inocente y lo será en tanto no reciba una condena firme. Políticamente fue una figura opaca, por sus tratos confianzudos con los concesionarios, su modo de vida ostentoso y hasta la joyería que llevaba puesta como parte de su atuendo. Su laconismo era proverbial, era incapaz de expresarse en público, lo que es un defecto en un secretario de Estado, máxime en un área tan sensible y desamparada.


Su reemplazante, Juan Pablo Schiavi, tenía un perfil público más valorable: frecuente comunicador, a menudo bueno. En estos días, los más terribles de su gestión, echó por la borda esos precedentes. Sus declaraciones transitaron entre el titubeo y lo intolerable. Hebe de Bonafini lo tildó de “pelotudo”, el colega Martín Granovsky le endilgó “frivolidad” en este diario. En el mismo estilo que su compañero, este cronista estima que las especulaciones acerca de qué hubiera pasado si el choque se producía un feriado son banales e irrespetuosas. Tampoco tienen mucho asidero las farragosas informaciones de pesquisa sobre las velocidades de la máquina antes de entrar a la estación y los adelantos técnicos existentes para medirlas, datos irrelevantes cuando la misión del Gobierno es infundir tranquilidad, arropar a las víctimas, acercar información al juez o al Fiscal. E investigar, puertas adentro, las responsabilidades no penales para adoptar medidas en corto plazo. Se está haciendo, ya se dijo: el mensaje de Schiavi no lo trasuntó y pareció distractivo. Al día siguiente trató de explicarlo, aunque de modo frío y sin pedir disculpas.


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El mundo del transporte: Cada vez que se habla de los ferrocarriles es forzoso volver al desquicio que produjo el menemismo, desbaratando las redes construidas con el sacrificio colectivo, malvendiendo el patrimonio público. Restaurar el estado anterior es imposible, tanto como imperioso ir recuperando terreno. Esa es una de las misiones del kirchnerismo, que se presenta (con sobradas credenciales) como reparador de los retrocesos históricos de la dictadura y el neoconservadurismo.


La destrucción del sistema ferroviario impulsó el transporte terrestre de cargas y pasajeros. El desguace del Estado, los despidos masivos, la necesidad de subsistir incubaron formas de transporte “truchas”: remises, combis, colectivos, ómnibus. El crecimiento relativo del sector, dicho sea como digresión, fertilizó el aumento del poder relativo de los gremios del sector. El actual secretario general de la CGT, Hugo Moyano, comanda desde sus orígenes un conjunto de sindicatos básicamente de transporte (en su momento el Movimiento de Trabajadores argentinos). Eso no lo indujo a ser aquiescente con el modelo menemista, una virtud de su trayectoria.


Hoy día, el “sistema” de transporte está por debajo de las necesidades de los pasajeros, laburantes ellos. El intríngulis es previo y superior al caso específico de TBA. La política oficial, que hizo centro en la accesibilidad al servicio a través de la baratura del pasaje, es correcta en ese aspecto e insuficiente. En lo atinente a la empresa de Grupo Cirigliano es factible una respuesta veloz. Si no honró los deberes del concesionario debe rescindirse, por su culpa, el contrato. La dimensión económica es, en este rubro, secundaria. Así fuera muy costoso, debe hacerse y el Estado tendrá que rebuscárselas para conseguir los fondos necesarios.


Distinta es la perspectiva, que con toda lógica empieza a insinuarse, de una reestatización total o parcial de los ferrocarriles. Néstor Kirchner exploró la hipótesis y la dejó de lado por lo que implicaría en términos económicos, financieros y de gerenciamiento. Su punto de vista es digno de mención, por su legitimidad y por el momento de ascenso en que se expresó.


La trama de relaciones laborales es un nodo del problema. Puede sonar chocante decirlo pero es real: la privatización de los ferrocarriles y los teléfonos (a diferencia de las de Aerolíneas Argentinas e YPF) encontraron un suelo fertilizado por la pésima gestión pública y los abusos de muchos (no todos) los gremios respectivos. También fueron numerosos (aunque jamás la totalidad) los dirigentes sindicales que parasitaron al Estado y se convirtieron en cómplices y socios de los privados. José Pedraza es la nave enseña (mas no el único ejemplo) de ese colectivo.


La bandera de la recuperación del ferrocarril es grata para quienes comulgamos con el ideario nacional popular. El debate de su implementación, bien arduo. En otras páginas de esta misma edición se aborda el tema. El cronista adhiere a la bandera, aunque asume sus limitaciones para explayarse sobre su factibilidad.


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Lo de siempre, en otra pantalla: Medios y dirigentes opositores se valen de la tragedia para ningunear al Gobierno, deslegitimarlo, hasta borrar (si eso fuera posible) el veredicto electoral de octubre. La legitimidad de origen y de ejercicio derivada del 54 por ciento de los votos está indemne y será puesta cabalmente a prueba en otros comicios. La distribución de bancas en el Congreso robustece la autoridad presidencial.


Claro que nada dispensa al Gobierno de hacerse cargo de nuevos desafíos o demandas de segunda generación. El transporte público, el sistema de Salud, el acceso a vivienda digna y al suelo para construirla son objetivos del segundo mandato de la presidenta Cristina. Por ahora, sólo esta última demanda está en la agenda parlamentaria más o menos inmediata.


Esos temas, o la protesta contra la minería a cielo abierto, son agenda que imponen los ciudadanos o la cruel realidad. Si se mira bien, seguramente muchos usuarios del tren o muchos habitantes de provincias mineras eligieron a Cristina, conociendo los déficits por los que claman ahora. No hay incongruencia en sus procederes. No otorgaron un cheque en blanco, sino la oportunidad de seguir gobernando. Quien recuperó trabajo o mejoró sus salarios exige ahora mejores prestaciones de servicios. Quienes valoran numerosas ampliaciones de derechos quieren hacerlas extensivas a los usuarios de transporte o del sistema de salud.


Los desafíos para el Gobierno son crecientes: tornar en metas y concreciones tamañas necesidades, que son derechos. Las tareas son ciclópeas. El mejor modo de acometerlas, el que conoce el kirchnerismo. Saber responder a los reclamos, cambiar cuando es necesario. Mantener siempre la aprobación popular que lo acompaña desde hace casi nueve años, consecuencia cabal de sus realizaciones.


mwainfeld@pagina12.com.ar
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/

Luis Brushtein: Interés público


Imagen: Leandro Teysseire


Por Luis Bruschtein


Una tragedia terrible como la de la Estación Once, igual que la de Cromañón en su momento, generaliza una situación de desasosiego en la sociedad. Es la impotencia de una pregunta sin respuesta, de historia trunca o de casa vacía. Son situaciones excepcionales en las que un sector vasto de la sociedad, no toda, está profundamente sensibilizado, dolido, más allá de lo que suelen generar las noticias que se leen, se escuchan o se ven todos los días en la televisión. Es una carga que se transmite apenas se toca el tema y que hace que cada quien lo viva en algún lugar como algo personal, con una cercanía casi íntima ante la constancia de la ferocidad de la muerte.


Otras comunidades no reaccionan así. En algunas metrópolis las reacciones comunitarias pueden ser más superficiales y efímeras y algunos sectores ni siquiera se percatan de que haya sucedido algo. Una sociedad que puede reaccionar con la sensibilidad que se expresa en Argentina tiene un plus de ciudadanía en su entretejido social. Hubo situaciones donde no fue así, como durante la represión en la dictadura o con los ex combatientes de Malvinas tras la derrota. Situaciones que quedaron pendientes con un baldón de culpa que sólo pudo borrarse años más tarde. Quizás esas dos situaciones, ominosas, maduraron estas cicatrices solidarias, esta sensibilidad abierta ante otras tragedias colectivas.


Podrá decirse al mismo tiempo que el dolor, la impotencia y la rabia requieren los tiempos del duelo y que no son los mejores consejeros para salir a buscar culpables. Pero nadie puede manejar esos tiempos. Lo único que se puede hacer es tratar de que no se nuble la razón y no dejarse usar.


Pocos minutos después de la tragedia se produjeron situaciones patéticas en la estación y sus alrededores, desde abogados que rondaban la zona como cuervos para tratar de conseguir clientes entre las víctimas, hasta un grupo que empezó a agredir a los periodistas y los policías porque como el servicio de trenes estaba suspendido por el accidente, ellos no podían regresar a sus casas. Los cuervos de saco y corbata y los violentos se mezclaban con cientos de víctimas todavía aturdidas apoyadas en las paredes, con las miradas perdidas, recostadas en los escalones o deambulando. Los cuervos y los violentos expresan otra forma de sentir la desgracia colectiva. No les importa nada, solamente lo que los afecta a ellos, o simplemente tratan de sacar provecho.


Es una sociedad puesta en una situación de tensión extrema por una tragedia de la que la mayoría se entera por los medios de comunicación. Son situaciones donde los medios pesan más, donde la televisión tiene más rating y los diarios venden más ejemplares. Son momentos en que el público, conmocionado, se entrega al comunicador, lo busca, quiere escuchar las palabras que él mismo diría para que se multipliquen y sentir que de esa manera alivia su impotencia. Estos momentos, donde los medios conjugan todas las miradas y los corazones, son quizás cuando su importancia se hace tan visible ante la sociedad.


Uno se pregunta cómo se ven los medios en ese tumulto que va desde la tristeza o la indignación solidaria hasta el interés mezquino del cuervo que busca clientes en medio de la tragedia y que solamente tiene como objetivo el dinero que pueda sacar. La tentación por equipararlos con los cuervos es grande, pero sería también injusto. Porque la realidad es que se mezclan muchas cosas. Y en una cobertura hay de todo. Desde las buenas intenciones, hasta los intereses económicos y las simpatías políticas. Lo importante es saber que en esa mezcla están esos intereses que sobrevuelan las imágenes del horror y los comentarios.


Los mismos intereses que tenían antes de los hechos se vuelcan en la crónica de los hechos. La tragedia no suspende nada y menos los intereses afectados. Por el contrario, en esas situaciones son cuando más pueden aprovechar la situación privilegiada que les otorga la sociedad para forzar el límite de la información y llevarla a donde les interesa. No hace falta investigación ni peritaje porque el culpable siempre será el mismo ya sea si hay sequía, terremoto o choque de trenes. No hay novedad en esa noticia de los grandes medios.


En ese clima de emociones destempladas y de intereses creados, el gobierno nacional debe tomar decisiones. Aunque en situaciones particulares se dice que siempre es razonable dejar pasar el tiempo del duelo, lo real es que los tiempos políticos son diferentes. Más allá de los clamores, algunos bienintencionados y otros no tanto, el Gobierno necesita encontrar el hilo de la madeja y empezar a destejer. Es un marco difícil por el clima, por el protagonismo de los grandes medios que son sus enemigos declarados y por las presiones políticas. Pero también es difícil porque la problemática de los ferrocarriles siempre fue compleja.


Cada opción, desde la menos activa que es dejar las cosas como están, plantea situaciones problemáticas. En ese caso, los problemas son la lluvia de subsidios que pese a su volumen no se traducen en el mejoramiento del servicio; el alto nivel de accidentes que están teniendo los ferrocarriles, pero en especial, el ex Sarmiento, y la escasa inversión empresaria. Dejar todo como hasta ahora es eso: mantener todos los problemas hasta la próxima protesta de los usuarios o hasta el próximo accidente fatal.


Anular la concesión por incumplimiento requiere encontrar otro concesionario o desarrollar un plan de ferrocarriles públicos que implicaría también grandes inversiones que difícilmente se podrían hacer, por lo menos en un año en el que se puede sentir el coletazo de la crisis europea. Sin embargo es una opción que necesita mucha planificación pero que no se puede descartar.


Este es un camino que se tiene que decidir más allá del accidente. Pero hay decisiones que sí están determinadas por la tragedia. El Gobierno se incorporó a la causa como parte de la querella para “defender el interés público” como es su función, lo que levantó las protestas airadas de los abogados de accidentes porque de esa manera tienen un bolsillo menos de donde sacar plata. Pero también hubo quienes desde la política afirmaron que el Estado no puede ser parte de las víctimas porque es “socio” de la empresa “victimaria”.


Es una forma interesada de forzar el rol del Estado de “concesionario” a “socio” de la actividad. De todos modos, el Estado puso condiciones de política y de calidad con respecto a la concesión. Si la investigación confirma que esas condiciones no fueron cumplidas, habría una responsabilidad ineludible no solamente de la empresa, sino también de los organismos de control que debían garantizar que se cumplieran esas condiciones.


No se trata de buscar chivos expiatorios ni venganzas o linchamientos ni oportunismos políticos. Seguramente habrá delimitación de responsabilidades que se desprendan de la investigación. A partir de ese punto solamente quedará tomar las medidas correspondientes ante la sociedad y ante la justicia. Pero todas estas definiciones tienen que empezar a tomar cuerpo, tanto las que plantean una estrategia a largo plazo en materia de transporte público como las que están condicionadas por el accidente fatal de Once. Y en ese punto ya no importan las campañas interesadas u oportunistas a las que finalmente les interesan tanto las víctimas como a los cuervos de los accidentes. El foco tiene que estar puesto en el interés público.


Luis Bruschtein
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/