lunes, 19 de marzo de 2012

Edgardo Mocca: Provocaciones periodísticas


Por Edgardo Mocca para Revista Debate

Con significativa simultaneidad aparecieron publicados el mismo día lunes de esta semana en La Nación y Clarín, sendas columnas políticas con idéntico objeto de análisis y parecido tono expositivo. Carlos Pagni y Osvaldo Pepe pusieron en su mira a La Cámpora y buscaron su genealogía política e ideológica en los años setenta. Desde el discurso presidencial de ese mismo día, el foco de la crítica oficial se concentró en algunos recursos discursivos de los autores que rozan peligrosamente el antisemitismo. Sin embargo, la alusión a los “genes” de los padres montoneros de los jóvenes camporistas, en el caso de Pepe y la referencia de Pagni a un bisnieto rabino y a la herencia “dogmática” del viceministro de Economía Axel Kicillof pueden ser leídas en la clave de un discurso de derecha que excede al racismo, aunque lo incluya.
De manera algo contradictoria, Pepe arremete con desdén contra la militancia “de escritorio” de los jóvenes kirchneristas y, al mismo tiempo, alerta sobre su capacidad para “adoctrinar” e “intoxicar” a jóvenes incautos con una falsa épica. Es decir, inofensivos pero no tanto. Por su parte Pagni enlaza el ascenso de Kicillof (el “economista marxista” lo llama ya el título de la nota) con lo que considera la etapa de radicalización estatista del gobierno de Cristina Kirchner. El columnista de La Nación se horroriza por la lectura de la historia que practica el funcionario y que le permite adjudicar a la dictadura instalada en 1976 el comienzo de un proceso de desmantelamiento industrial en la Argentina. También lo preocupa que no haya renunciado a la lucha de clases como categoría explicativa de la vida pública. Ambos editorialistas, convergen de modo evidente en un punto: el grito de alerta por el ascenso de un grupo juvenil que se reclama heredero de las luchas políticas de otra época y se inscribe en una lógica de carácter transformador.
A los fines de espantar conciencias de clase media no reparan en gastos. Pepe agita los odios y los rencores de la década del setenta. Imberbes es la palabra clave del artículo publicado por Clarín. Evoca el día del enfrentamiento de un amplio sector de la juventud peronista con el líder muerto pocos días después. Soberbia es la otra contraseña de su explícito macartismo que no se detiene en ningún límite: sitúa a La Cámpora como heredera no ya de la juventud de los setenta sino a la “conducción que mandó al matadero a miles de jóvenes”. Dicho sea de paso, después de usar ese lenguaje y esas comparaciones, el periodista no se abstuvo de tildar de “injusta” e “intolerante” a la respuesta de la presidente.



Pagni, algo más sutil pero igualmente provocador, establece, como quien habla de bueyes perdidos, el abolengo de Kicillof relacionándolo con las “dogmáticas” judía y psicoanalista. Es decir, el joven economista es un marxista con antecedentes familiares rabínicos y psicoanalistas: algo así como un prontuario arquetípico del joven subversivo que divulgaban los publicistas de la dictadura cívico-militar asumida en 1976, los del diario La Nación obviamente incluidos. Al asegurar que se cerró la “etapa del cinismo kirchnerista” y se entró en la de su radicalización ideológica, es de esperar que el país sea devorado por la marea psico-bolchevique, que acaba de dar otro zarpazo, esta vez contra las sacrosantas arcas del Banco Central, arcas que hoy tienen tres veces más dólares que cuando De la Rúa, con la actual ley, terminó huyendo en helicóptero.
El contenido y el tono de estas notas es, a todas luces, agresivo y descalificador. Pero más en profundidad dejan ver cierto aire de desesperación. Las voces de la derecha argentina viven tiempos sombríos. Jugaron todas sus cartas a bloquear la continuidad del kirchnerismo. Apostaron a la desestabilización y la ingobernabilidad. Promovieron liderazgos que se fueron derrumbando en cascada, a medida que de la euforia de su visibilidad televisiva tuvieron que pasar a la etapa de componer un discurso creíble para un futuro que soñaban “poskirchnerista”. Hoy descreen abierta y quejosamente de las oposiciones políticas. Aceptan a Macri cuando se muestra dispuesto a dar pelea, pero desconfían de su pusilanimidad a la hora de las definiciones. Los tiempos político-institucionales han devenido un verdadero calvario para el estado mayor mediático-político de las derechas: 2015 está situado después de la eternidad y la elección del año próximo, más cercana, aparece más como una amenaza que como una solución. Toda la estrategia político-comunicativa se basa, entonces, en la creación, cuanto más rápida mejor, de una atmósfera política irrespirable. En esa dirección se utiliza todo, incluso el dolor por la muerte trágica, tal como hemos visto en estos días.
Es en ese clima de desesperación y ansiedad política que se inscriben estos lamentables textos. El centro de su ataque no está en tal o cual funcionario sino en lo que ha dado en llamarse la cuestión del “relato”. El problema es la existencia de un discurso articulado que cuestiona los fundamentos del capitalismo global financiarizado, lo ubica como un fenómeno histórico transitorio despojándolo de su aura de destino final de la humanidad, lo ilustra con la crisis y los padecimientos actuales de griegos, españoles, portugueses y europeos casi en general, lo enlaza con nuestro derrumbe de 2001 y, sobre todas las cosas, ensambla su crítica con el mejoramiento general de la calidad de vida social en nuestro país en los últimos ocho años, a partir del cuestionamiento de sus premisas principales.
La derecha no puede y no quiere colocar el debate en términos de relatos articulados porque eso la mostraría desnuda de propuestas y argumentos que no sean los de la libertad irrestricta de los mercados, la protección de las “reglas de juego” del salvajismo neoliberal y la promoción de la concentración del capital y la riqueza para que desde la cumbre gotee en forma de planes sociales focalizados capaces de completar la estrategia del disciplinamiento violento de las clases populares. Todo gira en torno a esa imposibilidad política. Eso es lo que hace que el discurso de la derecha sea anecdótico, superficial y reduccionista. Por eso, para la derecha la discusión política se reduce a la moral pública o a la técnica administrativa. Por eso el Tesoro público es una siniestra “caja” con la que se hace política. Por eso la asignación universal a la niñez es una “fábrica de hijos” por parte de madres que sólo quieren recibir la dádiva estatal. Por eso la defensa del patrimonio y la integridad territorial se presentan como barullo nacionalista que nos aleja de los “países serios”.
Hay una crisis del relato de las derechas. Y no es solamente nacional, abarca buena parte del mundo. La movilización juvenil, en ese contexto, no puede menos que aterrorizar al universo conservador. ¿Cómo podría generarse una épica desde la adoración de un mundo que muestra su agotamiento? ¿Cómo generar mística militante desde la defensa de los planes de ajuste en Europa, desde el sostenimiento de políticas imperiales y guerreristas o desde la asunción de la “seguridad jurídica” de los poderosos? La juventud militante de estos días no es una fuerza de choque militar ni prepara una insurrección. No tiene inmediatamente detrás de su biografía la historia de los golpes, las persecuciones, las proscripciones y los bombardeos militares a gente indefensa. Es una generación enteramente nacida y formada en la democracia y amante de la democracia. Lo que ocurre en el país ocurre en plena vigencia de las normas democráticas. Ese ha demostrado ser el mejor territorio para las transformaciones necesarias en nuestro país. Eso es lo que estremece a las derechas.
Lo único que el conservadorismo parece estar en condiciones de hacer es intentar meter miedo. Para eso agitan los fantasmas de la historia. Con ese objetivo cultivan pacientemente todos los episodios conflictivos que no puede dejar de producir un país que estuvo a punto de su disolución hace diez años, para generar la sensación de un caos inminente. La presidente dijo que hoy más que miedo dan pena. Tal vez la expresión sea más un programa que una realidad: el avance democrático de la Argentina tiene que ir en la dirección en que el macartismo y la agitación del caos provoquen solamente pena.

Edgardo Mocca
Fuente: "Café Umbrales"
mocca.pablo@gmail.com

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