viernes, 23 de marzo de 2012

La hoguera del miedo


La imágen no es de la Alemania nazi, es la Argentina de la dictadura,
año 1980. Se descargaban libros como "basura marxista" para ser
quemados.





El 29 de abril de 1976, Luciano Benjamín Menéndez, jefe del III Cuerpo
de Ejército con asiento en Córdoba, ordenó una quema colectiva de
libros, entre los que se hallaban obras de Proust, García Márquez,
Cortázar, Neruda, Vargas Llosa, Saint-Exupéry, Galeano... Dijo que lo
hacía "a fin de que no quede ninguna parte de estos libros, folletos,
revistas... para que con este material no se siga engañando a nuestros
hijos". Y agregó: "De la misma manera que destruimos por el fuego la
documentación perniciosa que afecta al intelecto y nuestra manera de
ser cristiana, serán destruidos los enemigos del alma argentina".
(Diario La Opinión, 30 de abril de 1976).






QUEMA DE LIBROS DURANTE LA DICTADURA MILITAR ARGENTINA 1976-1983


Por Marcelo Massarino


El 24 de marzo (2006) se cumplen treinta años del Golpe militar que
derrocó al gobierno peronista en 1976. Es un aniversario que sirve
para recordar una vez más a los desaparecidos, a los asesinados, a los
torturados y exiliados. También para señalar que la dictadura militar
tuvo un plan para exterminar a la oposición que no sólo consistió en
persecución y muerte, sino en la ejecución de una estrategia para el
vaciamiento económico y cultural de la sociedad.


Una de las tantas atrocidades que cometieron los militares y sus
cómplices civiles fue la quema de libros que no comenzó en la
Argentina del ’76 pero que en el marco de esa política represiva fue
para el Proceso una práctica "purificadora" del ser nacional.


También hubo otros fuegos que encendieron quienes temían una
represalia por tener una biblioteca que los inquisidores podían
calificar como "subversiva". Otro recurso fue tirar libros en inodoros
y pozos ciegos o el enterramiento como destino de la literatura y la
prensa que podía servir como pretexto para un operativo.


Con la democracia los hijos de aquellos jóvenes lectores de los
setenta se enteraron que aún estaban escondidas aquellas bolsas con
los ejemplares olvidados junto a la higuera del fondo de la casa.
Destruidos por la humedad o convertidos en cenizas, los libros vuelven
a las bibliotecas como los cuerpos a la playa después de los vuelos de
la muerte.


En 2002 la publicación de Un golpe a los libros, de Hernán Invernizzi
y Judith Gociol mostró la trama del aparato represivo en la cultura.
Para recrear el clima de aquellos años recurrimos a esa investigación
y al testimonio de los protagonistas de la época. Invernizzi asegura
que la dictadura militar tuvo un plan concreto y aclara que "no
significa que se trataba sólo de un plan de destrucción. Era un
proyecto de control, censura y producción de cultura tanto en la
educación como en la cultura y la comunicación.


Eudeba


La cultura fue un lugar donde la derecha peleó cada lugar de poder. Un
ejemplo es el caso de la Editorial Universitaria de Buenos Aires,
Eudeba. El 25 de mayo de 1973 fue designado rector de la Universidad
de Buenos Aires Rodolfo Puiggrós, quien nombró presidente del
Directorio al escritor Arturo Jauretche y director ejecutivo al
periodista Rogelio García Lupo. El autor de El medio pelo en la
sociedad argentina falleció el 25 de mayo de 1974.


García Lupo renunció cuatro meses después. Reconoce que "sabíamos que
íbamos a tener muchos problemas. Pensábamos en discusiones por los
proyectos editoriales pero no en agresiones físicas. El proyecto de
fondo consistía en la edición de las obras completas de tres
intelectuales argentinos: Leopoldo Lugones, que era una figura que les
servía a todos: a los anarquistas, a los fascistas y a los
nacionalistas; Carlos Astrada, un filósofo marxista y Manuel Ugarte,
quien era muy representativo de la intelectualidad procedente del
socialismo que había desembocado en el primer gobierno de Perón.
Tuvimos amenazas cuando anunciamos el plan editorial y al tiempo
decidimos irnos porque la presión era insoportable. Pero ocurrió una
cosa insólita. Teníamos la idea de hacer la revisión de la obra de
Lugones de manera cronológica. Empezar por el Lugones anarquista y
seguir con el socialista.


Un día me llamó el abogado Valentín Thiebaut, director ejecutivo del
nuevo Directorio -ya con Alberto Ottalagano como interventor de la
UBA-, y me dice: ‘tengo un problema. No puedo cumplir con el contrato
de Lugones si empezamos por la etapa izquierdista... ¿No podemos
arrancar por la fascista..?’"


En julio de 1974 un grupo comando entró al taller gráfico donde Eudeba
imprimía parte de sus libros al grito de "¿Dónde está El marxismo de
Lefebvre?" Antes que el imprentero Polosecki pudiera dar una respuesta
prendieron fuego un sector pero en el apuro los asaltantes se
equivocaron de libro.


En julio de 1976 fue designado director ejecutivo de Eudeba el
político socialista Luis Pan, quien le entregó al Comando del Iº
Cuerpo de Ejército parte del fondo editorial con los libros
censurados. El 27 de febrero el teniente primero Xifra dirigió el
operativo que terminó con la quema de casi noventa mil volúmenes en el
predio de Palermo. Rogelio García Lupo vio cuando los soldados
cargaban los camiones con los ejemplares de su gestión. "Pan fue quien
llamó al Ejército y puso en sus manos toda esa ‘literatura
pecaminosa’. El temía que alguien dijera ‘¡pero este Pan también es
socialista..!’ Con esa operación compró protección, fue como una
prueba de amor".










Cuando la palabra América Latina era subversiva


Vigilantear y buchonear.


A principios de 1977, un articulo publicado en la revista Para Ti
enseñaba a los padres con hijos en edad escolar como reconocer la
infiltración marxista en las escuelas:


"Lo primero que se puede detectar es la utilización de un determinado
vocabulario, que aunque no parezca muy trascendente, tiene mucha
importancia para realizar ese transbordo ideológico (sic) que nos
preocupa. Aparecerán frecuentemente los vocablos: diálogo, burguesía,
proletariado, América Latina, explotación, cambio de estructuras,
compromiso, etc.


Otro sistema sutil es hacer que los alumnos comenten en clase recortes
políticos, sociales o religiosos, aparecidos en diarios y revistas, y
que nada tienen que ver con la escuela.


Asimismo, el trabajo grupal que ha sustituido a la responsabilidad
personal puede ser fácilmente utilizado para despersonalizar al chico.


Estas son las tácticas utilizadas por los agentes izquierdistas para
abordar la escuela y apuntalar desde la base su semillero de futuros
combatientes."


El articulo terminaba con un consejo a los padres: "Deben vigilar,
participar y presentar las quejas que estimen convenientes".








El fuego purificador y la autocensura


La práctica piromaníaca del Proceso tiene ejemplos como los
siguientes, ambos de 1976. En Córdoba el interventor de la Escuela
Superior de Comercio Manuel Belgrano, teniente primero Manuel Carmelo
Barceló, sacó de la biblioteca y mandó a incinerar títulos de
Margarita Aguirre, Pablo Neruda y Julio Godio, entre otros. En la
misma provincia, el jefe del Tercer Cuerpo de Ejército, Jorge Eduardo
Gorleri (luego ascendido a general por el gobierno de Raúl Alfonsín),
exhibió en conferencia de prensa una hoguera en el patio de la unidad
militar, avivada por libros de León Trotsky, Mao Tse-Tung, Ernesto Che
Guevara, Fidel Castro, Juan Domingo Perón y fascículos del Centro
Editor de América Latina (CEAL) que robó de las bibliotecas y
librerías.


En la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, los militares
usurparon la Biblioteca Popular Constancio C. Vigil, La Vigil, una
institución que tenía una biblioteca de 55.000 volúmenes en
circulación y 15.000 en depósitos, a principios de la década del
setenta. El 25 de febrero de 1977 fue intervenida mediante el decreto
nº 942. Ocho miembros de su Comisión Directiva detenidos ilegalmente,
su control de préstamos bibliográficos utilizado para investigar a los
socios. Miles de libros de la entidad fueron quemados, por ejemplo
seiscientas colecciones de la obra completa del poeta Juan L. Ortíz.


El periodista y escritor Mempo Giardinelli sufrió las consecuencias de
la pasión ígnea de los militares: su primer novela fue quemada junto a
una de Eduardo Mignogna.


El caso de Enrique Medina es paradigmático: "El golpe de Estado de
1976 confirmó la prohibición de los libros ya censurados del autor y
lo extendió a cuanto texto suyo aparecía. Medina es, quizás, uno de
los autores más sistemáticamente perseguidos por la censura, durante
la dictadura e incluso antes", según Invernizzi y Gociol. Manuel
Pampín, de Corregidor, editó parte de la obra del autor de Las Tumbas,
como Sólo ángeles cuya sexta edición fue prohibida aunque no la
séptima, una copia de la anterior. También le decomisaron Olimpo, de
Blas Matamorro, por un decreto del PEN. Ante el reclamo de Pampín, el
capitán de navío Carlos Carpintero le respondió: "de los libros,
olvidate". Ya en 1978 las autoridades retuvieron en la aduana Evita,
una biografía de Marysa Navarro que más tarde pudo ingresar al país
por la intervención de Dardo Cúneo, por entonces presidente de la
Sociedad Argentina de Escritores.


Hubo editores que decidieron destruir los materiales que eran prohibidos.


Es el caso de Granica: "varios de los libros de sello fueron
prohibidos. Entre ellos La pasión según Trelew, de Tomás Eloy Martínez
que fue uno de los primeros títulos de los que la propia editorial
decidió deshacerse. Esa es la cara más perversa del terror: ya no los
libros que el régimen quemaba sino los que se eliminaban por propia
decisión", describen los autores de Un Golpe a los libros. De la
imprenta a la fábrica de papel sin pasar por librerías fueron por lo
menos diez títulos, no menos de 20.000 volúmenes, entre ellos
Correspondencia Perón-Cooke.


La quema de libros más grande que concretó la dictadura fue con
materiales del Centro Editor de América Latina, el sello que fundó
Boris Spivacow quien además tuvo un juicio "por publicación y venta de
material subversivo". El fue sobreseído pero el millón y medio de
libros y fascículos ardieron en un baldío de Sarandí.


Testigos de la quema fueron la profesora Amanda Toubes, directora de
la colección La enciclopedia del mundo joven y Ricardo Figueira,
director de colecciones del CEAL y autor de las fotografías de aquel
26 de junio de 1978. En 2005 ambos recordaron el clima de aquellos
años para un artículo que Aníbal Ford escribió en la revista Lezama:
Toubes decía que "’en ese momento nuestra mente estaba todavía en el
asesinato de Daniel Luaces, en su escritorio vacío. Tantos otros
llantos, tantas cosas de las que nos íbamos enterando día a día... que
tal vez lo vivimos sólo con una gran tristeza pero también como parte
de nuestra cotidianeidad’.


Algo de esto retoma Ricardo Figueira, que casi minimiza el hecho. ‘Lo
que era vivir cotidianamente, día a día, con el culo a cuatro manos y
dando varias vueltas a la casa antes de entrar’". Para Ford "esa
hoguera de libros argentinos provocó un vacío, un hueco, en la
transmisión y en la construcción cultural que todavía no ha sido
reparado".


Otro de los editores perseguidos fue Daniel Divinsky, de Ediciones de
la Flor, quien junto a su mujer Kuki Miler fue detenido a disposición
del Poder Ejecutivo durante 127 días y luego partió al exilio. Primero
fue la censura del libro infantil Cinco dedos. Ya en la cárcel de
Caseros, se enteró de la prohibición de Ganarse la muerte, de Griselda
Gambaro. Divinsky rememora que trabajar en esa época "era como caminar
por la cuerda floja. La prohibición a de la Flor pretendió ser, de
alguna manera, una medida ejemplificadora porque se trataba de una
editorial independiente. Cuando pasó todo y volvimos del exilio cada
día que llegaba a la oficina daba una vuelta a la manzana para ver si
había algún patrullero."


Desde finales de los sesenta Siglo XXI fue una de las editoriales más
influyentes en el pensamiento latinoamericano. Con casas en España y
México, la sede de Buenos Aires tenía una enorme influencia. Editaba
Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano y todos los
libros del pedagogo Paulo Freire, entre otros.


El 2 de abril de 1976 un grupo de tareas allanó las oficinas de Perú
952 y secuestró al jefe de correctores Jorge Tula y al gerente de
ventas Alberto Díaz. La empresa fue clausurada y luego abrió hasta que
la casa matriz decidió levantar la sede porteña. Pasaron treinta años
y hoy Alberto Díaz es director editorial del Grupo Planeta.


"Era muy jodido y triste trabajar en ese ambiente en el que
desaparecían correctores, traductores y amigos. Otros se exiliaban o
se iban al interior, o eran detenidos. Pero seguíamos trabajando. ¿Por
qué? Es algo inexplicable porque el golpe se veía venir pero estabas
como anestesiado. Yo estuve desaparecido un mes y pico. Cuando me
largan ya me habían cesanteado de la Universidad y volví a Siglo XXI.
Me tenía que ganar la vida y no se me ocurría irme. Después de un
segundo aviso partí rumbo a Colombia el 24 de agosto del 76.


-¿Qué le produce este recuerdo?
-Es como si estuviera contando un libro de historia. Ya no recuerdo
cómo era mi rostro, pero sí de la cara del poeta Miguel Angel Bustos.
Lo tengo congelado con un rostro joven. Ya no me acompañan las
imágenes de la detención porque sabes que muchos de los detenidos
nunca volvieron, entonces tenés una especie de culpa del
sobreviviente.




Un elefante ocupa mucho espacio

"Las prohibiciones se instalaron en todo el ámbito educativo y
cultural. Las famosas “listas” con los nombres de escritores,
compositores y artistas “no autorizados” circulaban por radio, TV,
diarios, librerías y escuelas. Se los hacía “invisibles”, “no
audibles”, “no estaban”. En un libro de reciente aparición se relata
la quema de la colección del Centro Editor de América Latina, (CEAL),
una de las mayores del país. Otro ejemplo es sobre la prohibición de
literatura infantil. En 1976 se edita el libro para niños, Un elefante
ocupa mucho espacio, de Elsa Bornemann que gana premios
internacionales. Un año después era prohibido en la Argentina por
relatar una huelga de animales."






Ceremonias privadas


También hubo otras quemas de libros que hicieron las víctimas de la
represión. No era necesario ser militante ni pertenecer a una
organización política. El hecho de tener libros considerados
"subversivos" o "inmorales" era peligroso. "La destrucción, el
ocultamiento y el enterramiento de libros desde 1974 hizo que las
bibliotecas se vayan despoblando. Otro fenómeno que desapareció fue la
lectura en los medios públicos de transporte porque el libro te hacía
caer bajo sospecha" reflexiona Díaz, quien incineró algunos libros del
Che como Guerra de Guerrillas, periódicos del PRT La Verdad y revistas
como Crisis y Militancia.


La escritora Ana María Shua regresa a los días de marzo del 76: "Mi
marido y yo no militábamos, pero éramos de izquierda y muchos de
nuestros amigos y conocidos desaparecían o se escapaban del país o
pasaban a la clandestinidad. Sabíamos que había libros ‘peligrosos’:
todo lo que tuviera marxismo o la idea de la revolución social. ¿Por
dónde empezar? Empezamos por uno de Vo Nguyen Giap, sobre la Guerra de
Vietnam. El intento, en la pileta de la cocina, fue un triste fracaso.
No es tan fácil quemar un libro en un departamento de tres ambientes.
Decidimos que si entraba un grupo de tareas, daba lo mismo que hubiera
este libro o aquel: lo peligroso, lo que nos denunciaba como enemigos
era tener una biblioteca. Y abandonamos la idea de quemar libros.


Fuente: Revista Sudestada Nº 46, 18/03/06
Extraído de: http://www.elortiba.org/

1 comentario:

  1. Excelente síntesis.Una verdadera ayuda-memoria que desgarra y muy útil para que la conozcan quienes no la vivieron.
    Gracias
    Cristina

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